Unos huesos tirados,
el cráneo agujereado,
hace tan poco tiempo
tu fiel compañero,
el mismísimo viento
corriendo por los campos,
qué pronto has olvidado
la emoción de esas carreras,
lo que has disfrutado,
las piezas que te ha dado
a cambio de muy poco,
y tú se lo pagas así,
con una ración de plomo,
o con un trozo de cuerda
alrededor del cuello,
otro trozo de carne,
una boca menos
para el resto del año,
hasta aquí llega el asqueroso
olor a podrido.