El puño cerrado
de un recién nacido,
la hoguera de la vida
en esos dedos prietos
y doblados, firmes
por derecho, a pesar
del paso del tiempo,
igual que el primer día,
ante los desafíos,
dedicados con pasión
a mantener la ilusión
por un mundo mejor,
a hacer del barro un buen jarrón
con la ayuda de la razón,
esquivando los golpes,
dejando atrás el odio,
mirando a la cara al miedo,
disfrutando cada paso,
saboreando cada tropiezo,
poniendo el dulce a lo amargo.