Nacieron durante la guerra civil en una tierra por entonces infame donde la injusticia y el hambre eran el pan nuestro de cada día. Uno, de tez morena, huérfano de padres, se crió con la abuela, mujer bondadosa de poco "carácter" en unos tiempos en los que éste era el caldo de cultivo para seguir adelante y sobrevivir; el otro, "el rubio", rara avis en aquellos lugares en un tiempo en blanco y negro de caras renegridas, aprendió el significado de la palabra "responsabilidad" con el ejemplo de su madre, mujer coraje que sacó adelante a sus siete hijos en una época en la que ser mujer con hijos, carente de un hombre - enviudó joven- era considerado como una situación de alto riesgo.
Uno, era tímido y callado, siempre a remolque de los demás, sufriendo las burl..as y maltratos de éstos; el rubio, de pocas palabras, las justas, pero siempre las suficientes para hacer saber a los demás que nadie podía ningunearlo sin su permiso.
Un día cualquiera, siendo adolescentes, el maltrato de los demás hacia el más callado encontró su fecha de caducidad. Su amigo, en un ejercicio de economía verbal dejó claro a los maltratadores que los tiempos en los que las burl..as y vejaciones sobre su sufrido amigo eran las habituales diversiones de aquéllos habían acabado. A buen entendedor, pocas palabras bastan. Nunca más, en aquel lugar, - por lo menos en su presencia - su amigo fue humillado.
Juntos aprendieron un oficio y, juntos, emigraron a unas tierras más prósperas donde fruto de su trabajo y tesón superaron, aunque no olvidaron, las penalidades vividas.
Aunque nacieron el mismo año, el rubio adoptó por una extraña inercia el rol de hermano mayor, ese que siempre se presta a dispensar protección y cobijo; el otro, siempre se sintió cómodo - las más de las veces, agradecido - en el papel de protegido.
El más decidido encontró el amor de pareja en una mujer poseedora de los mismos principios y valores que él, pero nunca se olvido de su amigo. Ejemplo de ello es que durante 40 años le invitó a cenar cada Nochebuena a su casa para mitigar la soledad de su amigo en aquellas fechas; bromeando, afirmaba no sentir la obligación, sino la necesidad de pasar esa noche tan señalada disfrutando de su compañia, y es que la amistad cultivada y arraigada, el cariño verdadero - ese que ni se compra ni se vende, pues no hay en el mundo dinero para comprar los quereres - eran ya un fruto perenne sin necesidad de suplemento alguno.
Cuando el "hermano mayor" falleció, su hijo acudió a la residencia donde estaba ingresado el amigo de su padre para darle la noticia. No hubo consuelo alguno para ese hombre al que le habian arrancado un pedazo de su corazón.