Sin duda los inmigrantes que hemos decidido emprender este difícil camino alguna vez hemos padecido los síntomas del llamado "Síndrome de Ulises", una experiencia marcada por la soledad, la nostalgia y el estrés que provoca vivir lejos de casa.
Este síndrome describe un estado de estrés crónico y múltiple que surge de los llamados “duelos migratorios”, pérdidas que no son definitivas pero que pesan como si lo fueran. Quien emigra no solo deja atrás un lugar, sino también a su familia, su idioma, su cultura, su tierra, su estatus social, su grupo de pertenencia y la sensación de seguridad. Son siete duelos que conviven y se acumulan, generando un impacto emocional complejo.
Los síntomas van desde una tristeza profunda, ansiedad, irritabilidad y dificultades para dormir, hasta malestares físicos como migrañas, fatiga o dolores musculares. Aunque no se trata de una enfermedad mental, sí es una reacción intensa al desarraigo y a las duras condiciones de la migración, especialmente cuando ocurre en contextos de vulnerabilidad.
Afrontar el Síndrome de Ulises requiere de apoyo emocional y social. Espacios terapéuticos, redes de contención y comunidades acogedoras resultan fundamentales para que las personas logren adaptarse, reconstruir su identidad y mantener un equilibrio en medio de los cambios. Reconocer el problema es el primer paso para que quienes atraviesan esta experiencia no se sientan solos ni minimizados en su dolor.
El Síndrome de Ulises es, en definitiva, la otra cara de emigrar: una odisea emocional marcada por pérdidas y desafíos que, con acompañamiento, puede transformarse en una oportunidad para reconstruir la vida en un nuevo lugar.